sábado, 21 de noviembre de 2009

Yo y yo somos mucho para una misma persona...Usted sabe.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me tiré en la cama dejando mi cuerpo muerto y a mí, parada al lado mío. Con la mano izquierda quité las dos uñnas que juegueteaban en mi boca y las dejé reposar sobre la madera fría del borde de la cama. Allí permanecerían hasta que por la noche las tomara, esta vez con la mano derecha, y las apretara entre mis dientes.
Escarbé en mi bolso hasta que por fin pesqué eso que hacía ruido a bolsa de plástico y ¡clap!, tomé una aspirineta. Una. La coloqué debajo de mi lengua. Una vez introducida en mi boca la pastilla, que era rosa, se desintegraría en miles de sensaciones que invadirían mis papilas como un ejército enemigo, dejandome ese gusto a muerte, bien dulce. Tan dulce que empalagarían mi lengua y adormecerían mi boca.
Una vez hecho esto, me dispuse a esperar que llegue.
A veces llegaba casi sin anunciarse, generalmente aparecía de noche. Pero esa vez, sabía que vendría, y precisamente, no era de noche. Lo presentí y no hice más que dejarme caer y esperar, como siempre. Valiente por enfrentarme a ella, cobarde por sólo esperarla. Sin embargo, a mi me encantan las contradicciones.
A pesar de que sabía que en breve estaría conmigo, que su llegada era más que anunciada, a pesar de ello, el miedo me penetraba como dos agujas: una en el viente y otra en la cervical.
El VACIO solía anunciarse. Y una vez enterada no había forma de evitarlo. Solo tirarse y esperar, morir un poco hasta dentro de un rato, cuando por fin el vacío activase todos mis sentidos y los llevase hasta su mayor exponente. Pero sin embargo, permanecería inmóvil, alerta.
¿Y por qué no evitarlo? No, no, es que usted no sabe...
Muchas veces he intentado reprimirlo: piensa en flores, piensa en miel, piensa en un lago, piensa en la ciudad, sí, la ciudad, eso está bien, la cidad es grande y allí no podrá encontrarme. Nt,nt,nt. No, usted no sabe...
Intenté hacer fuerza hasta reducirlo a una bola en mi estómago, pero esa bola sí que es ácida, y luego, me sube por la garganta, efervecente, y cuando quiero emitir palabra, ya no puedo. En el momento que abro mi boca ese vacío me absorve por completo y mi cuerpo entonces, desaparece. Me autofagocito como un agujero negro. Y ese agujero, por haberse tragado al vacío, crece cada vez más, crece infinitamente. Por eso mejor vomitarlo, como los conejitos, usted sabe...
Y es entonces cuando llega. Me rindo ante el. Me rindo ante mi. Usted sabe, yo y yo somos demasiado para una sola persona. Había habido tiempo para escaparle, pero era inútil. Dejé que me invadiera y comencé a caer nuevamente entre las telarañas de mi ello, mi yo y mi superyo. ¡Pfs! Y de nuevo con mentiras psicológicas. Freud suele saber dividirme en tres, pero ahora yo le pregunto señor Freud, ¿quién me vuelve a reunir en una sola pieza? ¿quién me vuelve a reunir en un ser completamente realizado y en equilibrio con sus tres, cuatro, cinco partes? ¡JA! Por eso mejor, guarde sus teorías ya sabe usted dónde. Demasiado tengo con mí misma. ¡Qué lo tiró de las patas! (pues a mí, a mi nada me tira de las patas, permanezco inmóvil, fundida con el colchón).
Y el vacío. Entonces, el vacío. ¿Qué puedo decirle de el? Su sóla definición lo delata. Pero lo que me sucede realmente a mi no es el vacío en sí, sino la ausencia de certezas: el vacío de respuesta.
Y por eso me tiro en la cama, y por eso me miro al caer, porque soy conciente de ello y no puedo contra mí, ya le dije. Prefiero mirarme y reirme. Pobresita, el vaso está vacío y sin embargo se ahoga. Y ese es el problema, lo vacío del vaso, la ausencia, los pensamientos que no encuentran las pastillas para dormir. Las ganas de ser y el poder ser, el tiempo, el maldito tiempo, el mal del siglo, el vacío, las preguntas, el querer saber y el tiempo.
Usted sabe...
Mañana se me pasa.

La roja