miércoles, 7 de octubre de 2009

.Una mañana tu ojos miel y tu paladar.


Casi no pronunciè palabra luego de escuchar su discurso, que no fue malo, al contrario. Mi garganta estaba en llamas, de mi cabeza querìan salir pensamientos que no lograban redactarse del todo bien. Me ponìa mal mirar a sus ojos que esperaban una respuesta y tener necesariamente que bajar la vista, por miedo (miedo a mì,a querer hablar y no poder, a dejarme vencer por mis pensamientos enredados, a todo, a muchas cosas...). Seguìa miràndome de manera desconcertada. Buscaba en mì algo que al parecer no podìa encontrar. Buscaba una respuesta, que yo no conseguìa formar, aunque realmente entendìa y compartìa lo que me estaba diciendo. Su discurso no fue malo, ya lo dije, fue algo que no me esperaba aunque lo creìa necesario. Necesitaba de algo nuevo, y con sus palabras mi necesidad se apaciguò; entendì que me entendìa, y que lo que yo daba por oculto èl lo habìa encontrado y lo habìa asimilado. Fue como respirar profundo luego de haber estado nadando subacuàtico por un buen rato, de esa manera me aliviò todo lo que dijo. Salì a la superficie a respirar porque un signo de interrogaciòn, proveniente de una duda suya, me apretò el cuello y me tirò para arriba. Ya no podìa hacer otra cosa màs que agradecerle por una nueva salvada, por su valentìa, por sus cigarros, sus manos y por sus ojos...

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