miércoles, 12 de agosto de 2009

¡Ardimos!

Una vez me pediste el Sol. Esa misma vez te lo negué rotundamente; te dije que era imposible, que eNe y que O. Sin embargo ahora que estás tan lejos y tengo tanto frío, volví a pensar en ello y hasta me aventuré a idear la forma de alcanzarlo. Es que…
Es muy larga la ausencia, se me enrolla en los pies, me ata las manos, inmoviliza mis brazos; ¡tengo tanto miedo de que un día arremeta contra mi cuello! Es por eso que hoy fui a la playa a ver el amanecer; es por eso que me sumergí en el mar y resolví nadar… nadar.
Cada brazada me acercaba más a mi destino, pero directamente proporcional eran el frío y el vacío en el pecho… y ese frío. Detenerme no estaba en mis planes, así que seguí mar adentro, sin pensar en vos ni en el tiempo. Mi mente rabiosamente en blanco; mi corazón ardiendo, consumiéndose entre retazos de fuego. Tenía la mirada clavada en el horizonte, tenía que llegar, hasta entonces no iba a parar.
Luego de algún tiempo (quizás fueron sólo unos minutos, pero sospecho que fueron años) logré mi objetivo y percibí cómo el mar y el cielo se juntaban en una línea infinita. Sobrevino en mí un impulso superior, enfilé hacia el Sol. Aún se hallaba allí, sumergido en el inmenso cántaro de espuma y de sal.
No lo dudé ni por un instante, ahuequé mis manos y tomé de él una esfera pequeña. En esa mínima circunferencia se alborotaba todo el fuego del mundo, toda la luz, todo el calor, era un esférico instante de eternidad. Entonces entendí mejor tu pedido, me di cuenta de tu deseo implícito de despojar a la finitud de todas sus ropas y vestirla de SIEMPRES.
La coloqué dentro de un caracol sin dueño y emprendí el camino de regreso con una inusitada energía, más revitalizante de la que puedas imaginar. Me movilizaba la idea perfecta de poder regalarte al fin eso que una vez, mucho tiempo atrás, habías demandado.
Llegué a la orilla cuando ya el Sol había subido hasta el escalón más alto del radiante cielo. Me recosté en la arena, me dispuse a observar ese espectáculo natural y a disfrutar la satisfacción de tener en mis manos un pedazo de Sol, dentro de un caracol.
Volví a mi casa y te llamé, te sorprendiste, pero se notó que te alegrabas de oírme también. Mayor aún fue tu desconcierto cuando te dije que viajaba en dos horas para allá, que me esperaras en ese bar de siempre, el de la terminal. Accediste luego de pensarlo unos once segundos, hasta me dijiste ‘Gracias’ antes de cortar.
El viaje fue placentero, no podía disimular mi felicidad; la sonrisa pugnaba por salir desde tan hondo y con tanta fuerza que era imposible reprimirla. Mis ojos brillaban, bailaban, las pupilas dilatadas y sentía una extraña excitación por cada pequeña o gran cosa que se posaba en mi campo visual. En sólo tres horas llegué a la terminal, a la de tu lugar, a la otra que no era la que estaba cerca de casa, a esta que era tan luminosa y olía a madreselva; como te digo siempre, cerca de mi casa hay una terminal desolada y triste, que me aparta de vos, que se burla de la distancia, que huele a asfalto recalentado. Pero ahora estaba cerca tuyo, ahora…
Te vi sentada en la mesa que daba a la ventana. Tenías el pelo más corto, dos hebillas (que luego aprecié, tenían franjas de varios colores) sujetaban tu pelo a ambos lados. Estabas hermosa con ese sweater lila y el pantalón rayado, creo que siempre sospechaste que era mi conjunto favorito.
Apartaste la mirada de tu lectura y tus ojos dieron de lleno con los míos. Un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo, pero pude contener el impulso y levantar mi mano derecha para hacer un gesto de saludo. Me acerqué y te di un beso en la mejilla que hubiera querido durara horas y horas, pero sólo obtuve el contacto con tu piel por breves instantes. Me miraste de lleno nuevamente, con esa mirada entre curiosa e inquisidora que tanto me divierte, así que para no prolongar tu desconcierto, empecé el relato.
A medida que hilaba las palabras, más indefensa quedabas, propensa a caer en el telar de mi voz. Terminé de hablar y para ese entonces ya estabas completamente enredada. Tus labios se abrieron en vano, no pudiste articular palabra. Yo te pregunté si tenías novio o algún compromiso con alguien más, me dijiste que no en un leve susurro. Sin más te besé y mientras volvía a reconocer tu boca, sintiendo cada segundo como un giro perfecto de amor y de tiempo, coloqué en tus manos una porción de Sol.
MariposaCòsmica.-

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