jueves, 4 de junio de 2009

03/06/09

de caminatas, lluvia y melancolìa.

Y empecé a caminar, no sabía bien hacia dónde quería ir, pero si a dónde quería llegar. Difícil, no? No si lo vemos como una meta. Paso tras paso, me acompañaba una sensación de melancolía como de esa que viene en los días grises, cuando el frío te pone roja la nariz. No me molestaba, solo me acompañaba.
Empecè a caminar. Caminè, caminè y me alejè. Me alejè de todo aquello, de todo, pero jamàs de la melancolìa (era otro de esos dìas grises habituales en mi vida). De repente una pregunta comenzò a formarse en mi cabeza, en mi mente: ¿Què fue lo que pasò?, pero no conseguì responderla. Iba pisando hojas crocantes, tenìa las manos dentro de los bolsillos de la campera (si, hacìa frìo, mucho frìo), y una bufanda violeta que sòlo permitìa que se me vieran los ojos ¡Què irònico!
Y me alejé. No sentía ganas de correr, sólo caminar…caminar y pensar. Las caminatas siempre me servían para eso. Caminar me hacía encontrarme a mi misma. Sólo mi ser, mis pasos y yo. Mi bufanda violeta, mi nariz fría y yo. Mis bolsillos, las hojas y… otra vez… yo... Pero los problemas nunca me seguían. Si bien reflexionaba sobre ellos, el aire de la caminata les sacaba ese olor a problema. Ahora se transformaban en objetos aislados, hechos fríos capaces de ser analizados al ritmo del tac-tac de mis pies. Y en ese momento, volví a preguntarme: ¿qué fue lo que pasó?..¿Realmente había sucedido?... ¿o mi imaginación era tan capaz de crear aquellos mundos paralelos que tanto me gustaba imaginar, y hacerme creer que eran verdaderos?.. No lo sé, aún no lo sé. Es probable que en un par de cuadras lo averigüe. Porque eso pasaba. Las caminatas me hacían pensar, ya lo dije. Pero sí sabía una cosa: que eso que había sucedido (o no) me había impulsado a caminar.
Los problemas daban vueltas en mi cabeza pero, al igual que la melancolìa que me invadìa, no me molestaban sòlo daban vueltas (quizàs las vueltas me mareaban y de ahì mi confusiòn, de ahì y de algo màs...). Pero ya no me interesaba intentar resolver mis problemas, tan simples desde la mirada ajena, sino responder la pregunta. Esa pregunta que me atormentaba tanto. Eso que habìa sucedido, porque habìa sucedido. Esta vez el viento no consiguiò aclarar mis ideas (siempre hechàndole la culpa a otro), sino que las enredò màs y màs y lo mismo hizo con mi pelo y con los hilos de lana de colgaban de mi bufanda violeta. Por un momento me distraje con una foto que hayè tirada en el cordòn de la vereda, sobre las raices de un àrbol... pero sòlo por un momento, y esa fue mi excusa perfecta para alejarme un poco de mi (de mi y de mis preguntas). Tomè la foto, la guardè en mi mochila, y eso fue todo... la distracciòn desapareciò.

Sin embargo la melancolía seguía caprichosamente aferrada a mis talones, no importaba cuánto sacudiera mis pies, en cuantos charcos dejara nadar mis pensamientos… Se tornaba en sol, en nube, en cielo y también en trueno; se colaba por entre las hebras del aire, se mezclaba con esa fina llovizna que ahora había empezado a caer.
Disfrutaba la caminata, pero a la vez sentía como a cada paso algo dentro de mí se iba muriendo. Todas esas cosas que callé, que olvidé, que no vi, que no escuché, que dejé perderse, todas ellas se ponían máscaras y bailaban a mí alrededor. Ellas estallaban en risa, yo lloraba con la llovizna o la llovizna lloraba conmigo.
En un momento de lucidez saqué la foto del bolso. Ni bien la vi entendí por qué la había guardado, cuando miré la patente del auto que se encontraba en la esquina inferior izquierda del rectángulo, leí la siguiente palabra: RIE.
Esbocé una sonrisa, un escalofrío tierno me recorrió la espalda. Una gota había llegado hasta mi nuca, mi cuerpo la recibió con esa leve sacudida. Seguía con la sonrisa impresa en mis labios, no podía dejar de reírme, tal y como profesaba la inocente (o no tanto) patente del automóvil.

.RedOneMariposaCòsmicaRayodeLuz.

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